Si me muero a ti te moriría

No me apetece morirme porque estás tan en mí, tan viva en mí, que si me muero a ti te moriría. 
Y cuando te mueres es para toda la vida.

Sexo seguro

Es mentira que con condones tengas sexo seguro.

Llevo comprados un montón y sigo a dos velas.

Chiste absurdo


-¿A qué se dedica tu madre?
-Es lavandera.
-¿La de España?

Como Dios

Alguien dijo: dejé de creer en Dios el día que vi pararrayos en el Vaticano. 
Pues yo digo: si Dios ha muerto, yo quiero su puesto de trabajo. 
Y si no es cierto y Dios existe (ese es su problema) y nos está mirando, lo menos que podemos hacer es ser entretenidos. Yo en eso estoy.

Cosas que pasan

Iba caminando yo por la calle, a las cinco de la tarde, una hora normal y corriente, a finales de mayo, con el sol declinando tenuemente por detrás de los edificios, cuando de repente, va y me cae un elefante encima. Un elefante grande, no creáis, de color gris, grandes orejas y cara de gilipollas, justo encima de mi cabeza. Ante mi asombro, salgo ileso tras arrastrarme bajo una tonelada de paquidermo, y sigo caminando hasta el semáforo. Mierda, pienso. Si no me hubiera caído el elefante encima, aun estaría verde. Puto elefante, seguro que llego tarde a clase de chino mandarín. ¿Alguien ha visto mi tequila? ¿No queda?.

Strippers

Me encontré en la fila en la caja del súper a una rubia preciosa sonriéndome, así que le pregunté amablemente si la conocía. Ella me contestó: 
-Me puedo equivocar, pero creo que usted es el padre de uno de mis niños.
-¡Joder! -le dije- ¿eres la stripper con la que me enrrollé sobre la mesa de billar en frente de todos mis amigos en aquella fiesta loca? 
-Pues no, -me contestó-, ¡soy la maestra de su hijo en la escuela!

Al séptimo día

Y al séptimo día Dios dijo: A la mierda, así se queda.

Más Acá

Admitir la existencia del Más Allá es resignarnos a aceptar que aquí es Menos Acá. 

Y yo no me resigno.

Respirando profundo


Hay una delgada línea entre respirar profundo y mandarlo todo a la mierda.

Sobre los preservativos


No existe la talla pequeña en los preservativos. ¿El motivo? Pues que nadie cree que tiene la picha pequeña. 
O puede que sea cuestión de marketing, ya que nadie querría comprar un condón de una empresa llamada pichacorta.

El éxito de los malvados


Según un gran hombre, un visionario místico de nuestro tiempo (vamos que lo he leído en internet y no me acuerdo ni dónde ni a quién), la humanidad se divide cuatro grandes grupos: inteligentes, estúpidos, malvados e incautos.
Los inteligentes, cuando hacen una acción, se benefician a sí mismos. Por ejemplo, si dos inteligentes hacen una paella, se la comen entre los dos.
El malvado, cuando hace una acción, se beneficia a sí mismo pero reporta pérdidas al resto. Por ejemplo, si dos hacen una paella, el malvado se la come cuando el otro no mira y el otro se queda con hambre.
El incauto cuando hace una acción sufre una pérdida pero reporta un beneficio al resto. Por ejemplo, si dos hacen una paella, el incauto deja que el otro se la coma y se queda con hambre.
Por último, el estúpido, cuando hace una acción, sufre una pérdida y reporta también una pérdida al otro. Por ejemplo, si dos individuos hacen una paella, el estúpido la echará por la taza del wáter y tirará de la cadena.
Eso explicaría que una mayoría de estúpidos e incautos acaben eligiendo una y otra vez a unos malvados para que nos gobiernen.

Que ma la leche


-Mamá quema la leche.
-Pues te esperas o soplas.
-Jo, mamá, qué mala leche.
-Que soples te he dicho, ¡coño!

Caricias


Algunas veces las personas necesitamos una caricia. En la cabeza. Con un martillo.

Pasarlo bien


Se oye follar a mi vecina por todo el patio de luces. Cansado, me he puesto a jugar al parchís bien alto para que se entere de que aquí todos nos lo pasamos bien.

Declaración de amor


-Te amo.
-¿Y eso?
-A lo mejor es que esta noche estás especialmente guapa y necesito decírtelo.
-A lo mejor es que quieres follar.
-A lo mejor.

De culo


Me gustan los traseros porque me gusta ir tras Eros, nalga la redundancia.

Me echo de menos...


Me echo de menos mucho. Me echo de menos sudoroso bajo tu cuerpo; sonriente, al verte de lejos; jaleoso, cuando, al fin, me llamas. Me echo de menos mucho carcajeándome cuando eres graciosa; ruborizado cuando te muestras soez; ronroneante al tocar tu piel al despertar. Me echo de menos a todas horas. Puede que contigo lo consiguiera algún día pero ¿cómo hace uno para olvidarse de sí mismo?

Drogas


En los días posteriores a cuando desaparecieron sus drogas del cajón de la mesita, su abuela siempre negó haber sido ella. 
Siempre dijo que habían sido los unicornios.

Y en su habitación sonaba esta canción:

El calamar asesino


Hoy me he encontrado un billete de veinte euros, cosa que ha hecho que sea uno de los días más felices de mi vida. La vida de ese billete y la mía han coincidido durante unos instantes, hasta que los he cambiado por un bocata de calamares y unas cervecitas. Pensaréis que soy un malgastador. Pues para los que piensen eso, les diré que pueden tranquilizarse, no lo volveré a hacer. Entre otras cosas porque se me ha atragantado un calamar mal rebozado y me he muerto, allí en mitad de la calle. Os deberéis estar preguntando a dónde conduce esta historia. Bueno, de hecho, lo que os deberíais estar preguntando es cómo cojones escribo esto si estoy muerto. Pues es lo que tiene el mundo de la literatura, que puedes hacer colar casi cualquier bola.

Amigos


Lo bueno de mis amigos es que cuando me aburro de ellos dejo de imaginármelos y se van. Necesito mi cerveza.

Idiotas


Comprobado: el mundo está lleno de idiotas distribuidos estratégicamente para que te encuentres al menos uno una vez al día.

Borde


-Odio la gente borde.
-Yo también.
-Tú te callas que nadie te ha preguntado.

María, la sandinista (fragmento de la novela Azogue, Bohodón Ediciones, Madrid, 2009)

Su piel era muy morena, casi negra, y su pelo, rizado y azabache. Era bajita, delgada y curvilínea. Tenía ojos de mirar un poco turbio, con el fondo blanco pastoso, y la nariz ancha y aplastada; pero su boca, de labios carnosos, apretaba con tal fuerza la boquilla de los cigarrillos que aspiraba, que no se podía evitar imaginarla sorbiendo otras cosas más carnosas. No entiendo bien lo que ocurrió, lo fácil que resultó disfrutar de su tersa piel a su llegada a este país. No fue nunca excepcional en la cama, porque escamoteaba las dulces caricias que una mujer de ensueño puede proporcionar a un joven ansioso. Era egoísta en el amor, vamos que iba a la suya, pero era eso precisamente, unido a una increíble capacidad para llegar al cenit repetidamente, lo que hacía de ella una amante de las que dejan huella en la memoria de un inexperto orgulloso que se creía desde entonces capaz de dar placer (...)

La carta de amor

(Publicado en Arrels, abril de 2013)
He tenido que revisar mis apuntes de la carrera por un asunto del trabajo. Di con lo que buscaba en el fondo de un cajón del escritorio y al abrir la carpeta cayó al suelo un sobre amarillento. En él estaba escrito mi nombre y una dirección que creí recordar era la de la casa que compartíamos varios amigos en Valencia. ¿Por qué había escondido esa carta? ¿Sería una misiva comprometedora de algún amor prohibido? Advierto que aquí dónde me ven, uno ha sido joven. Me acomodé en el sofá, abrí el sobre y extraje una carta fechada un 19 de marzo, sin indicar el año. Eran dos hojas llenas de pasión que mencionaban una tórrida aventura. La firmaba una misteriosa X. ¿Quién era esa X que me había amado tanto? Tampoco tengo un currículum demasiado extenso como para olvidarme de un amor, así que me dediqué a releer la carta una vez más, buscando alguna pista para reconocer a la increíble X. Con un escalofrío rememoré las fiestas de los jueves en mi casa de estudiantes, las jornadas de puertas abiertas a todo el mundo siempre y cuando nos trajera algo de beber. ¿Por qué conservaba aún esta carta, después de tantos años? Estuve divagando tratando de recordar a esa X tan cariñosa, pero fui incapaz de dibujar su rostro, ni aquella aventura que se mencionaba en la carta. El teléfono me sacó de esos remotos recuerdos de mi juventud, era mi mujer que me llamaba. Al final de nuestra conversación le pregunté de la manera más sutil que pude: ¿Te acuerdas de los últimos años de carrera en Valencia? Y también de las fiestas en tu casa, me dijo, especialmente durante las fallas. ¡Claro, el 19 de marzo, la fecha de la carta, era San José! Pues que sepas, le dije, que en mis primeras fallas yo tuve un apasionado romance con una chiquilla encantadora y cariñosa como ninguna... Gracias, me respondió mi mujer, veo que aún te acuerdas de esa época. Te estoy hablando de X, una tía que me amaba con locura, le respondí. Y que te sigue amando, me contestó ella. Y es que no deberíamos olvidar nunca que hay gente que nos ha querido mucho y que a pesar del tiempo, nos sigue queriendo.

Alcohol


The alcohol triplica la meva capacitat per parlare lenguajes.

Así empieza El asesino gourmet. a mi me da hambre

Me armé con un cuchillo cebollero y salí a cazar. En mi cara se dibujaba una sonrisa maléfica. Llegué a su casa, era de noche. Abrí silenciosamente la puerta y recorrí con la mano la pared de la izquierda hasta la caja de luces. Hice saltar el fusible. Con el sonido se despertó mi víctima. Oí cómo pulsaba el interruptor de la luz sin lograr nada. Sabía que estaba asustado. Intentaba ver más allá de sus narices dándole repetidos golpes a la clavija pero la luz no se encendía. Aunque la situación era común, simplemente se había ido la luz; oír un ruido en la puerta y que no se encendiera la maldita bombilla le daba miedo. Yo lo notaba. ¿Quién no ha tenido miedo alguna vez aún sabiendo que existe una fácil y lógica explicación a lo que está sucediendo? ¿Quién no ha sentido pánico ante alguien alguna vez? Entré y me senté en un sillón a esperar que mis pupilas se acostumbraran a la oscuridad. Noté su presencia dirigiéndose a la puerta de entrada a ver qué había pasado con la caja de los fusibles. Me gustaba pensar que sentía la presencia de algo maligno dentro de su casa. Cada vez se asustaba más. Iría a por él. Yo, el asesino, le asfixiaría, le mataría. Tras levantar la clavija, intentó encender la luz de nuevo. Por fin funcionaba. Pero fue peor. Abrió los ojos y mi imagen entró en su retina para pasar a su cerebro con tal brusquedad que rebotó dentro de su cabeza. Intentaba buscar el sentido, el pobre. Sin embargo, no encontraba una explicación satisfactoria al hecho de que el hombre que se levantaba rápidamente del sillón no fuera un extraño. Cerró los ojos en un vano intento por hacer desaparecer mi figura de la habitación. Tiempo suficiente para alcanzarle. Quiso moverse, quiso gritar, pero mi cuchillo cebollero ya iba a toda velocidad hacía él. Al fin gritó. Sólo una vez, antes de ser apuñalado en la garganta. Pude escuchar cómo su corazón se paraba de golpe. Sonreí fríamente. Fuera llovía. Los truenos de la tormenta resonaban en la habitación, y empequeñecían la luz que se había quedado encendida, creando sombras tenebrosas en las paredes cuando el resplandor de un relámpago atravesaba la ventana. Comencé mi misión. Giré el pomo y abrí la puerta de la cocina. La luz entró en la habitación. Me emocioné ante lo que iba a hacer. Todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo se movían de forma coordinada y sin freno. Tras preparar todos los aperos culinarios volví hacia el cadáver. Los ojos de la gente siempre me han inspirado miedo. Se los cerré. Sangraba mucho aún. Me acerqué como un animal salvaje y saboreé la sangre que bajaba por su herida; sabía muy bien. Me encanta el olor y el sabor de la sangre. Los deseos de muerte coexisten entre nuestras emociones junto con los deseos de vida, al igual que los sentimientos de amor y odio que forman parte de nuestra existencia. Cualquiera es capaz de agredir o matar, aunque las razones sean muchas y muy diferentes, pero cuando el único propósito es el de lograr satisfacción, matar por el placer de hacer daño, cabe hacerse la pregunta de quién y por qué. El quién soy yo, el asesino. El porqué tiene que ver con la gastronomía. Deseaba sacarlo de su propio cuerpo, como si su piel fuera un guante. Le rodeé como un buitre a su carroña. Sin prisas, saboreando el momento, como el cazador que tiene todo el tiempo del mundo para recoger la presa abatida. Cogí el cuchillo y agarrando su fino cuello lo terminé de degollar. No sentí nada. No tenía alma. La sangre caía a borbotones, manchando el suelo, su ropa y hasta a mí. Comencé a cortar. Amaba la sangre salpicando mi cara. Llovía. Llovía despacio y finamente. Hacía horas que llovía. Pero no hacía frío. La noche era muy lenta. Cuando terminé mi trabajo, y tras asearme ante el fregadero, como siempre, me entró cansancio y desazón. Emprendí otra vez la carrera más desesperada de mi vida. Saciado, necesitaba volver a ser otro y desaparecer por un tiempo. Salí a la calle y tropecé cayendo al suelo y raspándome la rodilla. Me levanté con dificultad. Sentía que mi cuerpo pesaba demasiado. Seguí corriendo hasta llegar a mi refugio. Las fuerzas me abandonaron y volví a caer, esta vez sobre el sofá. Me dormí.

Cansino


-Me llaman el cansino.
-¿Y eso?
-No sé, pero me llaman el cansino.
-Vaya.
-El cansino me llaman.
-Que sí, joder.
-Cansino, me llaman el cansino.

Siembra tu amor por la noche y reza para que al día siguiente se pierda la cosecha

Fragmento de la novela El asesino gourmet (Joan Feliu, Finisterrae ediciones, Santiago de Compostela, 2011 http://www.todostuslibros.com/editorial/finis-terrae-ediciones_77077).Si quieres más, tendrás que comprarlo. (...) Cordelia había pensado en pedir algo de cena mientras esperaba la explicación de todo este embrollo. Le solicité permiso para echar un vistazo a su nevera antes de llamar a Telepizza y, la verdad es que me sorprendió lo bien surtida que estaba la cocina. Descubrí una fiambrera con atún salado en aceite, la famosa “tollina de sorra”. Le pedí soledad y que pusiera la mesa. Había tomates y pimientos. También encontré en la nevera un bote de piñones algo blandos pero que podían servir y una buena cantidad de cebollino. Suficiente para una titaina. La titaina es un plato de gourmet sencillo pero a la vez de mucho nivel típico de El Cabañal, el cada vez más extinto barrio de pescadores de Valencia. Asé rápidamente en el microondas dos pimientos y los pelé y limpié para machacarlos hasta emulsionar con un poco de aceite y sal. Luego los reservé en un cuenco mientras en la sartén, con el aceite bien caliente freía otros dos. Corté el tomate en dados y se lo añadí en el momento en que los pimientos empezaban a dorarse. Los rectifiqué de sal, y también los reservé. Salé el atún y lo doré suavemente, es importante dar al atún una cocción corta, como si fuera un filete, de lo contrario queda reseco. Finalmente lo serví en un plato añadiéndole por encima el sofrito de pimiento y tomate; luego le puse una segunda capa de atún y le vertí la salsa del pimiento asado. Decoré el plato con los piñones tostados, un poco de cebollino picado y un chorrito de aceite de oliva. Y a triunfar. Es fácil conquistar a una mujer por su estómago. En el caso de los hombres prefiero que ellas apunten un poco más bajo. Al volver con la titaina descubrí que Cordelia había aprovechado para darse una ducha. Salía vestida con una camiseta blanca de algodón y unos pantalones cortos de deporte. No sé si de manera intencionada, no se había secado adecuadamente, y el algodón de la camiseta estaba absorbiendo el líquido allá donde estaba más tersa. Mi sueño de una pequeña e improvisada fiesta de camisetas mojadas se estaba haciendo realidad, aunque no hubiera acuario. Me miró, sonrió y dejó la toalla sobre el respaldo de una silla. Sus pechos, humedecidos por la tela traslúcida se mostraron desafiantes, descarados, generosos, enfáticos, misteriosos, lúbricos, arrogantes, hedonistas, prometedores y, en definitiva, soberanos. Volvió a mirarme, y esta vez sin sonreír, dio media vuelta y marchó, lentamente, hacia la puerta de su habitación. Respiré hondo, solté la fuente de comida en la mesa y la seguí. Pensé: ha llegado la hora de sembrar tu amor y rezar para que al día siguiente se pierda la cosecha. Al llegar al quicial, ella, de espaldas, estaba volviéndose a quitar los pantalones. Me acerqué por detrás y antes de tocarla se volvió. Fue ella la que me abrazó, la que oprimió sus duros senos contra mi pecho. Aproveché para levantarle la camiseta. Ya desnuda, se arrodilló sobre la cama dándome la espalda, como si fuera a orar genuflexionada ante el altar. Pero para mí el altar era la grupa que me ofrecía, erguida al viento desafiando las leyes del equilibrio y todos los cánones de la estatuaria clásica. Y es que hay traseros que atraen como las luces encendidas a los insectos en las noches de verano, como la sangre a los tiburones. Ver aquello balancearse, medir su ritmo, era intuir, al menos, el misterio del universo. Y llegar a tocarlo era como una promesa de bienestar junto al calor del hogar después de atravesar una tormenta de nieve. Lo que siguió no viene al caso. Sólo diré que al terminar sonaron gritos desgarrados amortiguados por los tañidos de algún reloj de campanario. La habitación olía a cerezas. Y la titaina siempre sabe mejor al día siguiente (...)

Conversación corta para ligar


-Eres la chica más guapa, sociable y divertida de la fiesta.
-Tu lo que quieres es acostarte conmigo ¿verdad?
-Joder, y la más lista también.

Sobre la importancia de los testículos


Si sólo tienes un testículo, pues mal ¿no?.
Si tienes dos, eres normal.
Si tienes tres eres una especie de fenómeno.
Y si tienes cuatro, probablemente es que te están dando por detrás.

Indiana en la iglesia


Cada vez que entro en una iglesia me dan ganas de ponerme el sombrero, colgarme un látigo al hombro, cambiar el cáliz por un saquito de arena y huir corriendo y dando volteretas hasta el bar.
                                      
En nómina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén.

Conversación en el bar


Prueba a entablar esta conversación en un bar con una desconocida:
-Oye, es mejor que nadie se entere de lo nuestro.
-¿De qué hablas?
-Así me gusta.
-No, en serio, no sé quien eres, imbécil.
-Excelente, excelente.
Y te vas frotándote las manos.

Érase una vez


Érase una vez una niña llamada Alicia. Pero no era la Alicia del País de las Maravillas, era otra Alicia (igual le debiera haber puesto otro nombre para evitar confusiones, pero me gusta Alicia). Y el caso es que Alicia tenía un perro que se llamaba Sol. Sol y Alicia siempre tenían aventuras juntos. Una vez desenterraron los huesos de un dinosaurio en el patio trasero. Y otra vez descubrieron las antiguas ruinas de una ciudad maya bajo la cama de su madre. He de aclarar que en esta ocasión su madre no pensó que era muy divertido encontrar la ropa de invierno dispersa bajo su cama y masticada por el perro. Y también habían subido el Monte Everest y volado alrededor del mundo en un tirachinas gigante. En fin, esas cosas que hacen los niños con imaginación. Porque naturalmente éstas eran aventuras imaginarias. Y Alicia sabía la diferencia entre realidad y ficción, no crean que estaba como una cabra. Una tarde, Alicia y Sol se colaron en el sótano, donde su padre guardaba sus herramientas. Alicia y Sol estaban buscando los tesoros escondidos de las momias cuando ella tropezó con Sol y se tuvo que apoyar en el mostrador de herramientas, que se desplazó un poco, dejando caer martillos, clavos y tablas de madera. En lugar de golpear el suelo, todo lo que cayó se... desvaneció, sin hacer ruido. Curiosa, Alicia miró debajo de la mesa, pero las herramientas no estaban. Cuando se dio la vuelta, su perro Sol se estaba desvaneciendo también, bajo el mostrador, como si estuviera cayendo en una grieta de un lago en deshielo. ¡Sol! gritó Alicia. Alargó la mano hacia él, pero estaba demasiado lejos. El perro ladró una última vez antes de desaparecer en el agujero de debajo del mostrador. ¡No! Gritó Alicia, y se lanzó a por su compañero de aventuras bajo la mesa de herramientas. Al momento notó como sus pies no tocaban el suelo y como si hubieran abierto una trampilla bajo ella, comenzó a caer en el misterioso agujero. Al principio la oscuridad la rodeaba por todas partes, negra, fría y aterradora. Entonces vio a Sol, agitándose en la distancia, volando sin control y trató de ir hacia él, como si estuviera nadando en el vacío infinito. Jadeando, al fin Alicia consiguió llegar hasta Sol y se aferró a él, mientras no dejaban de caer, caer y caer, sin fin, para siempre. Cerró los ojos de miedo y de repente, notó como la oscuridad de sus ojos cerrados se volvía rojiza, como cuando bajas los párpados tras haber mirado fijamente una fuerte luz. Se atrevió a abrirlos y vio el cielo. Notó entonces que ya no caía en el vacío, sino que estaba acostada sobre una superficie blanda y fresca. Alicia y Sol se encontraban tumbados sobre la hierba, mirando el cielo más azul que habían visto en su vida y como una manada de pequeñas nubes blancas revoloteaban pausadamente. Alicia de puso en pié y miró a su alrededor. Estaban fuera, en el jardín delantero de su casa, rodeados de las herramientas de su papá, clavos, y algunas tablas de madera. ¿Cómo? se preguntó. ¿Cómo habían llegado hasta allí? Regresaron a la casa y volvieron a bajar por las escaleras hasta el sótano. Allí estaba: el agujero, debajo del escritorio de las herramientas de su padre. ¿Qué era? se preguntó. ¿Un portal? ¿Un agujero negro? ¿Un tele transportador a su jardín? Dejando ir a Sol por las escaleras, arrastró la mesa de nuevo sobre el agujero, cubriéndolo. En caso de que alguna vez lo necesitara, pensó Alicia, estaría allí. Y vaya si lo necesitó... A todos nos gustaría dejarnos caer a veces por un agujero negro y teletransportarnos lejos.

Ahora es demasiado tarde, princesa


-El problema es que no has sabido tratarme como la princesa que soy.
-Entiende que no es fácil, Antonio.

Conservador


Un conservador es un hombre demasiado cobarde para luchar y demasiado gordo para huir.

Chachiguachi


Hablo cinco idiomas, de los cuales tres son inventados por mí. Soy un tío muy chachiguachi.

El error de Dios


En Correos debe haber una sección para las cartas que no pueden ser entregadas ni devueltas. Son aquellas cuyos destinatarios se han esfumado y que no llevan remitente. Supongo que deben ser conservadas durante un tiempo por ordenamiento legal, por si alguien las reclama. Me imagino las cartas de amantes que se piden perdón por algo, que quieren volver a estar juntos, y que proponen una fecha y un lugar para reencontrase. Me imagino la desilusión del remitente a ver que su amante no llega a la cita, asumiendo que no puede perdonar la falta cometida. Me imagino las historias de amor truncadas por un fallo del destino. Creo que todas esas cartas deberían conservarse eternamente, pues son las pruebas de un error de Dios.

Crucifícame


No lo puedo decir mejor que Aute: 
Dame un motivo para fingir que aún quedan motivos para seguir viviendo esta muerte que es existir sin ti. 
Siendo distintos en la misma identidad seré el deseo tuyo dentro de mi voluntad. 
Crucifícame, pero hazlo con los clavos de tus ojos, con los golpes de tu corazón.

Arrepentimiento


Es mentira que uno no deba arrepentirse de nada. Yo me arrepiento de muchas cosas, y no sé si los errores me han servido para aprender o si aprender de los errores justifica cometerlos. Muchas noches sueño con tener un De Lorean.