Ganas de matar

Temo por si no soy capaz de controlarme, y solo el convencimiento de que me pillaría la policía o que la supuesta víctima acabaría dándome una paliza al intentar despacharla (que uno es de escasa preparación física), me impide asesinar al majadero que quiere entrar en el ascensor de Mercadona antes de dejarme salir a mí, que voy con el carro hasta los topes. Cuando por las noches empecé a soñar que era el Clint Eastwood de Gran Torino, decidí poner en marcha una terapia que consiste en redactar listas de personas a las que matarías, aunque a algunas solo las conozca de por referencias en los medios, y conformarte con ver su nombre escrito en rojo. En estos momentos llevo contabilizadas trece en la categoría de ablandabrevas; dieciocho en la de cantamañanas; treinta en la de pelanas (porque he acabado uniendo a ésta las listas de polichinelas, títeres, pelagatos y mentecatos); cincuenta y uno en la de robaperas; cuarenta y tres en la de tontolhabas; treinta y siete en la de ineptos, catetos y patéticos varios; se acercan a cien los de la lista de idiotas, aunque he de reconocer que se pueden subdividir en tarambanas, farfollas, cazurros, garrulos, mamarrachos, mastuerzos, necios, comemocos, piltrafillas, pardillos, tontos del culo, destripaterrones y cagabandurrias; y andamos por los sesenta tocapelotas. Como solo tengo cinco en total, creo que les voy a perdonar la vida a los sinsustancia, los esperpentos y los mequetrefes, que tampoco es culpa de ellos. Mi idea es invertir todo el dinero que he ahorrado regalándoles por navidad un crucero y, pasadas las Columbretes, hundirlos junto a las pescadillas, rodaballos, lenguados, gallinetas, botellas, plásticos y latas que habitan en el fondo del mar.

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