Las esperas


A veces oigo cosas sobre las esperas... que desesperan. Un lunes a las ocho de la mañana José fue al ministerio con la intención de hablar con el ministro. En información le indicaron que debía subir hasta el sexto piso. Al llegar, en una recepción atestada de gente que iba y venía de manera esquizofrénica, le dijeron que el señor ministro no estaba, que volviera mañana. El martes a las ocho de la mañana José llegó al ministerio y subió directamente al sexto. El señor ministro estaba en una reunión, no pudo atenderle. El miércoles a las ocho de la mañana José, ante la misma recepción, se enteró de que el señor ministro había salido de viaje. El jueves a las ocho de la mañana informaron a José de que el ministro sí estaba pero muy ocupado. No importaba, él iba a esperarlo. Pasaron las horas y él seguía allí sentado, donde le indicó la empleada, junto a una frondosa planta. Nadie lo miró en ningún momento, parecía transparente, invisible. Y pasó el tiempo. José perdió la cuenta de los días, allí en el banquito era difícil saber si era lunes o jueves, porque todo era igual a la jornada anterior y a la siguiente. La única diferencia era la planta, que crecía despreocupadamente. Un día vio al ministro entrar en el despacho y quiso levantarse pero no pudo. Creyó que era una especie de entumecimiento total, ya que no sólo no podía levantarse, sino que no podía despegar las manos del regazo, ni los pies del suelo. Desde sus manos salían pequeñas raíces que se incrustaban en el pantalón, fundiéndose con la tela. Otras salían desde los zapatos rotos y se adherían con firmeza al suelo; algunas, las más finas, habían comenzado a meterse entre los resquicios de los azulejos. Quiso hablar, quiso gritar, pero no pudo despegar lo labios. Unos días después, sus manos eran parte del pantalón y ni siquiera él hubiera podido reconocer alguna forma en lo que antes eran dedos. Pero ya no le importaba. Seguía esperando, pero ya no al Ministro, ni siquiera recordaba el motivo de la espera. Ahora esperaba otra cosa, pero mucho más ansioso que antes, anhelaba los días en que tocaba regar.
La recepcionista cogió la baja, tenía la extraña sensación de que la observaban.
Columna publicada en Arrels, julio de 2012.

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