Inicio de un debate abierto sobre el arte contemporáneo.

Admiramos a los artistas que crean más por la necesidad de sentir y contemplar algo, y menos por una necesidad de crear algo. Al fin y al cabo, ¿por qué crear? No por el deseo de que la gente piense que eres listo, ni siquiera que eres buen artista. Crear por deseo de acabar con la soledad, crear como divertimento vital. Las obras de arte disminuyen la soledad de la gente sólo si la hacen pensar.
Se dice que en las inauguraciones de exposiciones siempre te encuentras a las mismas personas, y en gran medida es cierto. Es algo que debería cambiar si fuéramos conscientes de la utilidad del arte para la madurez general de la persona. Si la meta antropológica es la presencia de sociedades de individuos equilibrados, la experiencia artística debiera contribuir a lograrlo, estimulando a pensar, a ejercitar aspectos de la corporalidad, a generar y disfrutar con emociones individuales y sociales a la vez. Desde el punto de análisis de la actividad neuronal, la creatividad es un factor de reforzamiento de la salud. Actividad neuronal es salud neuronal. Cuidemos nuestra salud.
Entre tanta producción artística, lejos de catalogar y poner límites basados en la capacidad técnica, el virtuosismo o cualquier otra regla seudo-objetiva, nos interesa especialmente aquello con lo que te acercas a la creatividad y el ingenio. Creemos que lo blanco o lo terriblemente negro del principio de la creación artística, lo vacío e indeterminado, lo inicial, el punto de partida, lo meramente potencial, el silencio y la distancia deben incitar la creatividad. Creemos que el horizonte inabarcable no provoca vértigos, sino que fustiga al artista.
Queremos arte para enseñar que el infinito es hermano del azar, y que los dos miden nuestra ignorancia acerca del funcionamiento del mundo. Queremos obras de arte que reduzcan nuestro analfabetismo cósmico y humano, diluyan nuestro tedio, nos mantengan en conversación con otros seres humanos.
Creemos en la disrupción de lo artístico y lo visual. Incorporar al arte algo más, algo que entre por los ojos, y que complete sin desequilibrar el mensaje de la obra. Queremos obras de arte en las que el demonio haya tocado a las puertas de La Torre de Cristal.
Queremos espectadores atentos a lo desconocido que llama a su puerta. Queremos obras de arte que nos hagan soñar. Es tan simple como soñar sabiendo que los sueños no son una ciencia exacta.
Defendemos el arte como ingenio inteligente que nos enseñe a vivir jugando, a conseguir la libertad. Inteligente, hemos dicho bien, pues el arte debe ser el cauce de la rebelión de la inteligencia que quiere dejar de ser seria para huir de la servidumbre de la lógica, del sentido común. La inteligencia al hacerse ingeniosa se vuelve lista. Decía Sartre que cuando se es serio el objeto domina al sujeto. El serio no tiene conciencia de su libertad; el hombre que juega es libre. El jugador establece las reglas del juego, se libera de las leyes, esfuma la pesadumbre del tiempo.
Huimos de los movimientos artísticos que supusieron un cambio pero no un movimiento sísmico. Huimos antes que nos succionen, que nos lastren con su gravedad. No queremos ser espectadores, queremos jugar, no ver como otros juegan.
Anhelamos artistas modernos, investidos de dignidad profética, predicadores de la muerte del maestro, creadores de vacíos, liberadores de vocación, transfiguradores de lo minúsculo, conseguidores de grandes efectos con elementos pobres que muestran así claramente su poder creador, desdeñosos de la realidad, los sentimientos y las técnicas porque son opresores en potencia.
Pero no se trata únicamente de sorprender. Cuando la única norma es provocar sorpresa tanto vale lo trepidante como lo aburrido, en la inacabable búsqueda de lo gratuito, de los antiartístico, lo irritante y lo provocativo. Se trata de dar participación al espectador en el juego, por eso no queremos ser meros espectadores. El arte se convierte en juego de la mano del ingenio, lo cual es muy frívolo. Ahora bien, con ello se pretende fortalecer la libertad y eso es muy serio.
Evidentemente, la defensa de este tipo de arte desemboca irremediablemente en la ambigüedad, casi como una categoría estética, porque todo es equívoco, y en que se considere artista todo aquel que el público admita como tal, dado que el fin último de arte no es crear belleza sino libertad.
Quizá en algún momento lleguemos a una utopía de ingenios con artistas libres en un ambiente tolerante, en el que los espectadores, liberados por la desligación de la influencia de todo, se dispongan a probarlo todo. Un momento en que se haya abolido lo trágico y el hombre se haya liberado de casi todos los valores, de las ideologías políticas, de las creencias religiosas y los sistemas filosóficos (que se han vuelto demasiado pesados y nos abruman con sus pretensiones de verdad). Un momento en el que ya no haya que hacerse ilusiones sino vivirlas.
Y entonces caeremos en la cuenta de que si antes no éramos libres, al actuar espontáneamente tampoco lo somos porque la espontaneidad no es más que el determinismo de la naturaleza, y sabremos que de todos modos estamos condenados a ser esclavizadamente libres.
Mientras tanto, divirtámonos.

2 comentarios:

Julio Alcalá Neches dijo...

Muy bien todo hasta lo del determinismo de la naturaleza. Ahí creo que te convendría profundizar un poco más. Es una opinión personal.
Un saludo.

Rafa Jinquer dijo...

Cómo te diviertes!!!!!

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