El amante de la pintura

Conocí a un pintor que amaba tanto la pintura que incluso se deleitaba con los olores a aguarrás de su estudio. Un día fue más allá y comenzó a comerse los tubos de óleo. Comenzó con el azul de cobalto, y siguió con los magentas y sienas. Los combinaba con  barniz holandés, a cuya textura melosa no se podía resistir, hasta el día en que decidió prescindir de las leyes de la química, se sentó a la mesa y, ceremoniosamente, con cuchillo y tenedor, se comió veinticuatro tubos de óleo y se bebió setenta y cinco centilitros de barniz holandés. Le pareció todo delicioso. Se limpió con la servilleta, se levantó y se fue a su rutina, pensando en su próximo cuadro. Desde entonces, su piel se volvió más suave, y su aliento olía a renacimiento. Sus músculos se tonificaron y sus huesos se volvieron más flexibles. ¡Ah! Y también se murió.

1 comentarios:

Pascual Cándido dijo...

En algún momento de tu relato pensé que acabaría en una obra de arte apareciendo por un agujerito.

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