Las sombras en la paredes

Era verano cuando llegaron. Cuatro de ellos. Eran mitos. Leyendas. Los llamaban las sombras en las paredes. Se contaban historias acerca de ellos. Al rededor de las fogatas. En las noches oscuras de tormenta. Pero eso era todo. Hasta ese día. Me fui a la cama. No podía dormir. La ventana estaba abierta. La luna creciente. Las doce en punto. Primero apareció uno. Su pequeña cabeza, lentamente, se asomó por la ventana. No me moví. Traté de no respirar. Tenía las orejas grandes y el pelo largo. La leyenda era cierta. Miró a su alrededor. Entonces me vio. Sus ojos eran intensamente brillantes. Y parpadeó. ¿Me había visto? No me moví. Entonces, volvió la cabeza al exterior, y apreció otro. Luego otro. Y uno más. Todos en fila. Sólo podía ver las cabezas. Todos iguales. Diferente color de pelo tal vez. Todos a la vez me miraron. Entonces comenzaron a moverse. Entraron. Subieron a la cama. Destaparon mis pies. Noté sus lenguas. Me hacían cosquillas. Hasta que mordieron. Y comieron. Grité. La leyenda era cierta.

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