La ola de calor no
les dejaba dormir. Acostados prácticamente desnudos y con el aire acondicionado
conectado, finalmente cayeron rendidos. Él despertó, entre molesto y
sorprendido, al escuchar como ella roncaba por primera vez, probablemente a
causa de tener la nariz reseca por el fresco artificial. Estando como estaban,
espalda con espalda, él alargó la mano para mecerla a ella, hasta que un cambio
de postura la silenciase, pero fue a tocar una suave y fresquita nalga. La
invención del tanga es una de las pocas pruebas de la existencia de Dios. Aunque
ella cayó por un momento, él dejó la mano posada sobre el culo de ella. Fue un
tiempo breve, pues casi inmediatamente ella volvió a roncar. Entonces él
decidió tirar del hilo del tanga y sustituirlo por su dedo índice. Ella callaba
un instante para luego volver, primero a respirar fuerte, y luego a roncar cada
vez con más sonoridad. Nervioso al no conseguir que dejara de emitir aquellos
molestos ruidos, él acabó por meterle el dedo en su sexo. Mano de santo, o
dedo, pues tras la penetración digital y tras un leve suspiro, se hizo el
silencio. Temiendo haberse excedido en su batalla acústica, él retiró
suavemente el dedo humedecido. Inmediatamente ella volvió a roncar. Si algo
funciona no lo cambies, así que él volvió a meter de dedo. Y funcionó, hasta
que al retirarlo ella volvió a roncar con sorprendente virulencia. Optó
entonces por dejar el dedo dentro, pero, quizá acostumbrada a tener un intruso
metido en su interior, ella comenzó a ronronear y terminó roncando otra vez. Él
lo sacó entonces. Y de nuevo se escuchó un suave ronroneo como antesala de un
fuerte ronquido. Observó él que si cambiaba de ubicación el dedo, de dentro a
fuera y viceversa, y lo hacía justo cuando se iniciaba el ronroneo, evitaba el
tan molesto ronquido, con lo que esperaba mantener un movimiento constante que
le adormeciera otra vez. Pero, ¡ay, tierna inocencia! que el movimiento,
pautado por el ronroneo de ella, no era constante sino suavemente in crescendo,
hasta que al fin, y tras un ronquido que parecía más un alarido, ambos pudieron
dormirse y descansar. Acababan de inventar el sexo nasal.
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