Columna publicada en Semanario Arrels, 3 de septiembre de 2014.
A veces oigo cosas sobre no dejar
las cosas para mañana y no creo que sea siempre útil hacerlo. Es lo que tienen
los refranes, que igual encuentras uno para un propósito y otro que defiende el
propósito contrario. No es verdad eso de que lo que puedas hacer hoy no lo
dejes para mañana, o no del todo. Morirse, por ejemplo, es una cosa que
conviene dejar siempre para después.
Siguiendo el refrán, el señor
Cifuentes decidió que había llegado el momento de suicidarse. Y decidió hacerlo
en el ambiente idóneo, allí donde se habían producido los hechos denigrantes
que lo habían llevado a seguir el refranero. Fue así como se dirigió al
despacho de su jefe con un cuchillo jamonero en la mano. El jefe, al verlo de
esta guisa, y adivinando lo que podría suceder o quizá temiendo que antes de
acabar con su vida tomara represalias en su persona, le recriminó al señor
Cifuentes que mancharía irremediablemente la costosa alfombra persa de la
oficina, y terminó convenciéndolo de de, si bien admiraba su determinación, no
era ése el lugar adecuado. A cambio de una buena suma de dinero le sugirió que
hiciera lo propio pero en el despacho de la competencia. Marchó decidido el
señor Cifuentes, y una vez en las oficinas de la competencia, le explicó al
jefe respectivo su plan. Éste, a su vez, utilizó los mismos argumentos que el
anterior, y tras abonarle otra suma de dinero, lo envió a casa de su suegro. El
señor Cifuentes, cuchillo en mano, se presentó en casa del suegro del jefe de
la competencia, y de nuevo se explayó defendiendo sus intenciones. El suegro
del tipo de la competencia de su jefe, cuando conoció el por qué un desconocido
quería suicidarse en su jardín, pues no lo habían dejado acceder al salón
armado como iba, se acordó del capullo de su cuñado. Así que el señor
Cifuentes, veinte intentos de suicidio después, y tras pasearse por toda la
ciudad con el bolsillo cada vez más lleno de dinero, determinó que seguiría
viviendo ante la manifiesta bondad de la humanidad. El señor Cifuentes se fue a
su casa y se acostó, estaba cansado de caminar. Desconectó el despertador,
porque aunque al día siguiente tenía que ir a trabajar, había decidido tomarse
las cosas con más calma, después de todo, no por mucho madrugar se ven vacas en
camisón.
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