Íbame
yo un día caminando calle abajo, cuando, por casualidad, encotreme un grajo,
que, perverso, tirome un escupitajo, y yo amablemente, díjele que se fuera al
carajo.
Llegados
a este punto, es recomendable reflexionar muy profundamente sobre qué llevó al
grajo a tirar el escupitajo al hombre del carajo.
Después
de estudiar el comportamiento de los grajos, a saber (Real Diccionario de la Lengua Española ): m. y f. Ave
paseriforme de la familia de los córvidos, de unos cuarenta y cinco centímetros
de longitud, color negro reluciente con tonos violáceos y pico y patas claros, cuya
acción más destacada, además de la de volar y las fisiológicas comunes de su
especie, es la de gragear, es decir,
graznar los grajos o los cuervos; en ningún libro he encontrado que
sea costumbre de los grajos, ni de los córvidos en general, ni aún de los
animales paseriformes, el lanzar escupitajos sin ningún tipo de consideración a
las normas sociales más elementales.
Por
todo ello he llegado a la conclusión de que el grajo de la historia actuó así
por un concepto tiránico de la belleza poética. Pregúntense, pregúntense: ¿Lo
tiró sólo porque rimaba con carajo, abajo y grajo? Naturalmente, no existe otra
explicación. Pero esta constatación nos lleva a una reflexión mucho más
profunda: ¿Si al escupitajo, en vez de llamarlo escupitajo, le llamásemos hortensia,
lo hubiera tirado? Probablemente no. Y el grajo hubiera salido ganando, porque
si hortensia fuera sinónimo de salivazo, flema, esputo, lapo o pollo, y por el
contrario escupitajo fuera como llamásemos al arbusto vivaz de flor
originariamente rosada nativo del
sur y este de Asia, entonces, el cuento ya no tendría el mismo
significado, pasando de ser una poesía soez a una más bien cursi.
Lo
que nos lleva a plantearnos de que todo lo que se ha escrito hasta ahora en
poesía tiene un significado porque el significado que tenemos de las palabras
es uno. Si fuera otro, seguramente tendríamos que reescribir todo lo que se ha
escrito hasta ahora en poesía, porque para que rimara el verso, utilizaríamos
las palabras que fuera aunque el significado cambiara.
Recapitulemos,
supongamos que a un escupitajo (el concepto) lo llamáramos hortensia, tal y
como hemos planteado, y por el contrario a las hortensias (flores) las llamáramos
escupitajos. Odiaríamos pisar una hortensia en la acera de ese desagradable
vecino que anunciando con ruidos guturales y graves gorgoritos, riega con sus
propios fluidos la calle. Admiraríamos el perfume de los escupitajos en los
jardines de las casas de campo en las húmedas tierras del norte. Y, para
mantener la rima, el grajo no hubiera tirado lo que todos entendemos por
escupitajo, acción harto desagradable, por cierto, sino que nos hubiera lanzado
una flor, cambiando radicalmente el significado del pareado, precisamente para
que continuara siendo pareado igual.
Ciertamente,
al escribir poesía, muy pocas veces se acaba escribiendo lo que uno quiere
escribir, solamente los grandes poetas pueden llegar a escribir lo que
realmente quieren decir, rimando y sonando mínimamente bien. Pese a todo, me
gusta leer poesía, sin fijarme en su autor, sólo que ahora tengo la duda de si
cuando la leo, estoy entendiendo lo que me quieren decir, o lo que me quieren
decir es lo que ha salido y sólo debo dejarme llevar por la musicalidad de las
rimas.
Si
han leído hasta aquí abajo.
Sepan
disculpar un texto tan espeso.
O
mejor, sepan ustedes a queso.
Señal
que están bien comidos ¡carajo!
1 comentarios:
No es por "ná", pero este telegrama te va a salir por un pico.
Y no de petirrojo o golondrina, ¡de un grajo grande, o de una zancuda!
(advierto de la correcta utilización de la minúscula después del signo de exclamación en este caso)
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