Columna publicada en Castelló al mes (julio 2013)
Hoy,
una vez más, me he quedado absorto mirando a una mujer. Es curioso, sólo me
pasa con las mujeres y los gatos. Nunca me he quedado absorto mirando un plato
de albóndigas, y eso que sé de un sitio que la sirven… Pero a lo que vamos.
Quiero aclarar que ambas cosas tienen su explicación científica, que paso a
relatarles.
Comencemos con los gatos. ¿Cuál es el discreto encanto que poseen los gatos por el que me quedo
abobado mirándolos? Un psicólogo estadounidense dice tener la respuesta: el
maullido. Nicholas Nicastro, de la Universidad de Cornell, cree que los mininos
están evolucionando a supergatos, preparados para explotar a los humanos. Según
el investigador, después de miles de años de convivencia, nuestros peludos
amigos han aprendido qué botones deben apretar para complacernos. Nicastro
recogió 100 maullidos diferentes de doce gatos. Luego hizo que 26 voluntarios
humanos los escucharan y los clasificaran según lo placentero y atractivo que
les resultaban. Según Nicastro, la habilidad de
los humanos para distinguir los maullidos ha determinado que, a lo largo de la
historia, hayamos escogido a los gatos que nos suenan más placenteros, y en
consecuencia los gatos están evolucionando para manipularnos maullando y
conseguir de nosotros lo que quieran. Juro que esto es verdad. Sin embargo, no
todos los científicos están convencidos de esta explicación. John Bradshaw, de la Universidad de
Southampton, dice que no existen dudas de que los gatos son buenos para manejar
a los humanos, pero que no existen pruebas que sugieran que se esté produciendo
una selección artificial. En todo caso, yo veo un gato que me mira como
el de Shrek y tengo que pararme, y si me maúlla, ya me quedo atónito. ¿Vamos
hacia futuro en que seremos los esclavos de los gatos?
Pero enfrentémonos al tema de las mujeres, motivo de
esta redacción. Lo de las mujeres tiene una razón obvia, y es que los humanos
tenemos el innato deseo de aparearnos. Y no de aparearnos con una en especial,
sino casi con cualquiera (al menos en mi caso). Y es que si no nos apareásemos
nuestra especie no sobreviviría. Yo miro a las mujeres con el objetivo final de
asegurar la supervivencia de la especie a través del tiempo. Y esa
responsabilidad como seres vivos que tenemos la mayoría de los hombres no se
mezcla con sentimientos. En un proyecto tan trascendental no caben los
sentimientos. Comparémonos con otras especies. Las pavas y los pavos reales no
se enamoran, los genes de las hembras tienen escrito que tienen que aparearse
con el que tenga la cola más larga de todas, independientemente de si tiene
luces, consume drogas o es un putero. Y en el código genético de los machos hay
escritas dos cosas: Me aparearé con la primera que se fije en mí,
independientemente de si es más o menos simpática o inteligente; y como que sé
que las pavas prefieren a los de la cola más larga, eliminaré como sea a todos
los que tengan la cola más larga que yo. Y me diréis que he puesto un ejemplo
muy alejado de nuestra especie. ¡Ja!, con los primates pasa lo mismo. Hay una
especie de chimpancé que puede eyacular (los machos) una vez cada 17 segundos,
y que por lo tanto puede dejar preñada a una mona distinta una vez cada 17
segundos, y cuando no está buscando comida, durmiendo o expurgándose las liendres,
lo hace. Dudo que tengan tiempo para sentimientos. Así que cuando una mujer te
diga que ella sólo va a copular con una especie de príncipe azul que nunca
conocerá porque no existe, y que si no es así prefiere quedarse sin hacerlo y
santas pascuas, deberías advertirle que eso supone un grave revés para la
especie.
1 comentarios:
Rotundamente afirmo que el amor y el sexo existen en el complejo sistema cerebral del ser humano independientemente de mecanismos puramente genéticos. En los gatos pudiera ser pero no tengo la misma certeza que en los humanos.
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