Cada vez que me
cuentan lo bien que va hacer deporte, pues a mi me da por sonreír, qué quieren.
Todo el mundo habla bien de ello, por aquello de que es tan saludable y eso. Yo
lo de ser saludable lo llevo mal, y lo de ser saludador peor. Y es que voy por
la calle sin fijarme y quedo como un maleducado.
Adelantándome a los propósitos de año nuevo, me regalé unas sesiones intensivas de entrenamiento personal en un buen gimnasio.
¡Ostras tú! ¡si tenían hasta personal
trainner! ¡Que me sentía como de Beverly Hills! Me hubiera gustado que
fuera una chica cañón que me enseñara a moverme como si fuera Sakhira, la personal trainer digo, pero me tocó tío
como un armario de dos puertas estilo más Chuck Norris. Da igual, entre hombres
no iba a hacer falta que estuviera todo el tiempo metiendo tripa aparentando lo
que no soy.
Para iniciar bien nuestra relación le pedí que me acompañara de
compras por el centro y me aconsejara qué ropa deportiva tenía que llevar, pero
me indicó que lo de personal se circunscribía al ámbito del gimnasio. Yo creo
que temía lesionarse al saltar por el carril del Tram.
Ya en su salsa,
el primer día quiso analizar mi estado de forma tomándome el pulso después de
cinco minutos en la cinta de andar. Se alarmó un poco porque parecía un redoble
de tambor, pero yo lo atribuí a los nervios del momento, que uno es muy suyo y
no estoy acostumbrado a hacer el ridículo enseñando las piernas y sudado (o sí,
pero no delante de tanta gente).
Luego me puso a levantar una barra de metal.
Chupado hasta que mi amigo personal
trainner se empeñó en ponerle pesas en los extremos. Hice lo que pude, que
debió ser más de lo recomendable porque al rato me dolían partes del
cuerpo que no sabía que tenía.
Me centré en lo de la cinta, que parecía más
fácil. Es un aparato inventando para facilitarte el tránsito en los aeropuertos
y que en el gimnasio se ha pervertido haciendo que gire al revés. No aguanté
mucho porque me puse nervioso y no coordinaba los pies, y es que mi personal trainner me vigilaba
constantemente, sonriendo, y cuando lo hacía, era igual que Jack Nicholson en El resplandor.
Tras esta revelación, el
resto de día me dediqué a esconderme de él en la ducha del gimnasio. Pero
resultó que se sentía responsable de mí. Y me llamaba al móvil constantemente.
Nicholson quería que trabajara mi tríceps branquial. Es evidente que no tengo
branquias, pero además creo que yo nunca he tenido tríceps. Comencé a asustarme,
porque llegué a creer seriamente que podía perder el juicio definitivamente. Antes
de que terminara la sesión me escapé del gimnasio y huí a casa.
Desde entonces Jack
Nicholson me deja mensajes en el buzón de voz preguntándome por qué no voy a
entrenar. Me hacen temblar y lloro al oírlos.
En estos momentos estoy encerrado
en la despensa de mi casa hasta que caduque mi suscripción.
He decidido que el
año que viene me voy a regalar algo que sólo me produzca placer, que por mi
edad ya me va tocando un análisis de próstata.
3 comentarios:
Bueno, bueno, es que estas cosas hay que tomarlas con mucha resignación y mucho humor. Yo, directamente, paso de gimnasios. Tienes razón, están habitados por fantasmas del "Resplandor".
Un abrazo.
Mnnnn, Cesar nos diría:
-Respira, dejate llevar.
Je, je
ja
jaja
jajaja
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