Un lunes a las ocho de la mañana don José
Cayetano Cuesta fue al ministerio con la intención de hablar directamente con
el ministro. Don José Cayetano Cuesta había sido siempre un ciudadano ejemplar,
destacado miembro de varias asociaciones culturales y agrupaciones vecinales,
seguidor obediente de las normas sociales. En información le indicaron que
debía subir hasta el sexto piso. Don José Cayetano Cuesta obedeció y siguió
como siempre las normas, lo que le condujo a una recepción atestada de gente
que iba y venía de manera esquizofrénica. Allí, una señorita muy amable le dijo
que el señor ministro no estaba, que volviera mañana. Don José Cayetano Cuesta
obedeció y siguió como siempre las normas. El martes a las ocho de la mañana Don
José Cayetano Cuesta llegó al ministerio y subió directamente al sexto piso. La
amable señorita le informó de que el señor ministro estaba en una reunión, por
lo que no podría atenderle, sugiriéndole regresara otro día. Don José Cayetano
Cuesta obedeció y siguió como siempre las normas. El miércoles a las ocho de la
mañana Don José Cayetano Cuesta, una vez en la recepción, se enteró por boca de
la amable señorita de que el señor ministro había salido de viaje. Don José Cayetano
Cuesta obedeció y siguió como siempre las normas. El jueves a las ocho de la
mañana la amable señorita del sexto piso informó a don José Cayetano Cuesta de
que el ministro sí estaba pero muy ocupado. Don José Cayetano Cuesta obedeció y
siguió como siempre las normas, así que preguntó si podía esperar. La amable
señorita le advirtió de que el señor ministro podría tardar. No importaba, don José
Cayetano Cuesta no iba a volver, iba a esperarlo. Pasaron las horas y don José Cayetano
Cuesta seguía allí sentado, donde le indicó la amable señorita, junto a una frondosa
planta. Nadie lo miró en ningún momento, parecía transparente, invisible. Y
pasó el tiempo. Don José Cayetano Cuesta perdió la cuenta de los días, allí en
el banquito era difícil saber si era lunes o jueves, porque todo era igual a la
jornada anterior y a la siguiente. La única diferencia era la planta, que
crecía despreocupadamente. Un día don José Cayetano Cuesta vio al señor ministro
entrar en el despacho y quiso levantarse pero no pudo. Creyó que era una
especie de entumecimiento total, ya que no sólo no podía alzarse, sino que no era
capaz de despegar las manos del regazo ni los pies del suelo. Desde las manos de
don José Cayetano Cuesta salían pequeñas raíces que se incrustaban en el
pantalón, fundiéndose con la tela. Otras aparecían en sus zapatos rotos y se
adherían con firmeza al suelo; algunas, las más finas, habían comenzado a
meterse entre los resquicios de los azulejos. Don José Cayetano Cuesta quiso
quejarse, no entendía qué le pasada, a él que había seguido siempre
obedientemente las normas. Don José Cayetano Cuesta quiso gritar, pero no pudo
despegar lo labios. Algunos días después, sus manos eran parte del pantalón y
ni siquiera él hubiera podido reconocer alguna forma en lo que antes eran
dedos. Pero ya no le importaba. Seguía esperando, pero ya no al ministro, ni
siquiera recordaba el motivo de la espera. Ahora esperaba otra cosa, pero mucho
más ansioso que antes, anhelaba los días en que las normas marcaban que tocaba
regar. La amable señorita de la recepción, que siembre había obedecido y
seguido las normas, cogió la baja, tenía la extraña sensación de que la
observaban.
Publicado en Castelló al mes, 2013.
1 comentarios:
más allá de la forma. metamorfología ideológica,
(entiéndase ideologica, con su acepción imaginaria)
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