Cuando le dije
que tenía que consultar con mi abogado ella se extrañó. ¿Con qué abogado? Me
espetó. Con el que tengo aquí colgado, le respondí. Ella rió la gracia hasta
que al entrar en casa vio a aquel señor de rostro amoratado con su corbata de
rayas colgando de la lámpara del salón.
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