Publicado en Castelló al mes (agosto 2012)
Érase
una vez un oso polar quería viajar a la luna para saber si sabía a queso (no me
negaran que he acertado con el título). El oso lo había intentado todo, que era
más bien poco, es decir, había
saltado y probado con la teletransportación. Pero nada dio resultado. El oso
sabía que la única forma de llegar a la
Luna era ir a la
NASA y secuestrar uno de sus cohetes. Pero ¿cómo diablos iba a llegar allí?
El oso pensó en su abuelo, famoso viajero, que un centenar de años atrás salió
a ver mundo sobre un sólido iceberg hasta que una gigantesca nave lo golpeó en
1912. Entonces el abuelo oso saltó
al barco, que venía de Belfast, y comenzó una matanza que no terminó hasta que
lo hundió. Pero eso es otra historia. Nuestro oso optó por hacer dedo y,
afortunadamente llegó Chuck Norris y lo trasladó a la NASA (no se me ha ocurrido
nada mejor). El oso dio las gracias a Chuck y le preguntó a la recepcionista de
la NASA que dónde
estaban los cohetes. La mujer se levantó lentamente detrás del mostrador y salió
corriendo mientras daba unos gritos audibles a kilómetros de distancia. Aunque el oso intentaba calmar a la gente
diciéndoles que no tenía mala intención (bueno un poco sí porque quería robar
un cohete, pero sin comerse a nadie) lo único que los científicos oían
era un rugir feroz. En ese momento el oso sintió el dolor agudo de un dardo
tranquilizante en el culo y cayó al suelo en un profundo sueño. Cuando despertó,
miró a su alrededor, y se dio cuenta de que lo habían llevado al zoológico de
San Diego, conocido por su escasez de los osos polares. El oso sacó el dedo de nuevo con la
esperanza de que Chuck Norris lo recogiera, pero esperó, esperó y esperó, y
Chuck no se presentó. El oso
levantó la vista para ver la multitud congregada espectante y reconoció a Tim
Allen, que como es el tipo que hace siempre de Santa Claus en las pelis y sabe
del Polo Norte, salvó al oso y lo convenció de que no estaba destinado a
aterrizar en la luna para comer queso. El oso encontró trabajo en Catí como
catador especializado en frescos. Y este es el final feliz de la historia. Está
bien, supongo que no se lo creen. Poco realista ¿no? Les cuento la verdad: lo
cierto es que no fue un final feliz, dos años más tarde el oso era un adicto al
queso, tuvo que ir a rehabilitación donde se hizo amigo del monstruo de las
galletas que estaba quitándose de las Oreo. Cuando
fue dado de alta se mantuvo limpio durante tres años hasta que un día se
confió y probó una tarta de queso y frambuesa. Después de eso volvió a ser un adicto. Le compraba el género a un traficante
de cheader de los contenedores de Carrefour. El oso se comió todo el queso que
pudo, luego lo inhaló, se lo inyectó e incluso se lo fumó. Murió de sobredosis de gorgonzola.
Pero la moraleja es que ese oso fue una inspiración para todos los osos
polares, les mostró que deben luchar por sus sueños. Después de su muerte lo convirtieron en
una alfombra y aún se encuentra en el despacho del presidente de la Diputación hoy en día.
Es la razón por la que al entrar en la Diputación se siente un fuerte olor a camembert.
O eso me han dicho.
0 comentarios:
Publicar un comentario