El la llama perra. Le
gusta llamarla así mientras le aprieta la garganta con una mano y con la otra
le hurga el sexo debajo de la falda. Le gusta que ella diga sí cuando él le
pregunta si le gusta así, fuerte. La monta como a una perra, sobre el mármol de
la cocina. A ella le gusta el sexo pero no siempre así, como un ejemplo de
sometimiento. Anhela también sentirse amada con dulzura. Esta vez él la ha
sorprendido bastante cerca del juego de cuchillos ordenados en su taco de madera.
Cuando ella se gira y lo mira a los ojos, él se da cuenta de que ella es una
perra de las que no ladran, pero sí muerden.
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