"Salí de de la casa.
En la calle llovía y el agua volvía más penetrante el hedor. El persistente
olor a sangre se mantuvo en mi olfato hasta mucho tiempo después de estar en
contacto con el cadáver. Fue entonces cuando avisé a la policía de forma
anónima. Era consciente de que comenzaba a cumplirse el teorema de Ginsberg: 1.– No puedes ganar. 2.– No puedes empatar. 3.– Ni siquiera puedes abandonar el
juego."
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