"Al llegar al
quicial, ella, de espaldas, estaba volviéndose a quitar los pantalones. Me
acerqué por detrás y antes de tocarla se volvió. Fue ella la que me abrazó, la
que oprimió sus duros senos contra mi pecho. Aproveché para levantarle la
camiseta. Ya desnuda, se arrodilló sobre la cama dándome la espalda, como si
fuera a orar genuflexionada ante el altar. Pero para mí el altar era la grupa
que me ofrecía, erguida al viento desafiando las leyes del equilibrio y todos
los cánones de la estatuaria clásica. Y es que hay traseros que atraen como las
luces encendidas a los insectos en las noches de verano, como la sangre a los
tiburones. Ver aquello balancearse, medir su ritmo, era intuir, al menos, el
misterio del universo. Y llegar a tocarlo era como una promesa de bienestar
junto al calor del hogar después de atravesar una tormenta de nieve. Lo que
siguió no viene al caso. Solo diré que al terminar sonaron gritos desgarrados
amortiguados por los tañidos de algún reloj de campanario. La habitación olía a
cerezas (...)
El asesino gourmet.
1 comentarios:
Y la titaina se quedó en la mesa.
El atún se puede volver a calentar, pero la carne en su jugo, ¡esa no hay que dejarla pasar!
jnq
(porfa, quita lo del robot, que llevo media hora adivinando palabras y no se cree el blog que no soy un robot!
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